Poemas de Silvia Plath

1932-1963



Canción putesca


La blanca helada se acabó,
los sueños verdes nada valen, tras un mal día de trabajo llega el momento de la sucia puta:
su simple fama llena nuestra calle.

Todos los hombres: blancos, rubicundos, negros derivan hacia su forma desmañanada.

Fijaos, os pido, en esa boca hecha para bofetadas en ese rostro costuroso sesgado a fuerza de pintarrajos, hondones, marcas, violado por cada hosco año.

Ningún hombre se le acerca que sea capaz de concentrar aliento con que corcusir fuego de amor en tan fétida mueca como apuntan mis castísimos ojos saliendo de charco, zanja, trago.


Al borde


La mujer se perfecciona.
Su cadáver muestra la sonrisa del triunfo,
la ilusión de una Griega necesidad flota en los pliegues de su toga,
sus desnudos pies parecen decir: hemos llegado muy lejos, se acabó.

Cada niño muerto se enrosca una blanca serpiente
cada quien con su pequeño tazón de leche, ahora ya vacío.

Ella se los envuelve en su cuerpo como los pétalos de una rosa cerrada cuando el jardín sofoca y sangra olores desde la suavidad, profundas gargantas de la flor de la noche.

La luna sin entristecerse de nada observa desde su capucha de hueso.

Ella la usa para estas cosas.
Su crujido negro y arrastrado.